Javier Fernández Aguado: «El orador debe alcanzar el corazón, pero siempre a través de la razón»

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Javier Fernández Aguado

Javier Fernández Aguado es presidente del Grupo MindValue,  firma de servicios profesionales para la Alta Dirección, y director de la Cátedra de Management Fundación Bancaria La Caixa, en el Instituto de Empresa, una de las tres escuelas de negocios más importantes del mundo. Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales, con extensa experiencia empresarial y directiva a sus espaldas, es uno de los mayores expertos mundiales en gobierno de personas y organizaciones, con un prestigio, gracias a sus aportaciones intelectuales y su plasmación en la realidad, que parece imparable. Un detalle rarísimo, incluso inquietante: lo conocen en todo el mundo y todo el mundo habla bien de él. Creador de seis modelos de gestión empresarial, ha impartido conferencias por todo el planeta y escrito una treintena de libros que han vendido más de trescientos mil ejemplares. Entre los premios que ha recibido, destacan el Peter Drucker a la Innovación en Management o el Best Competitiveness Speaker, ambos en Estados Unidos. Ha recibido, además, el premio a mejor Asesor y Conferenciante por parte de Ejecutivos, que recientemente también acaba de concederle el Premio Creación de Valor. A lo largo de su trayectoria, ha asesorado a innumerables organizaciones empresariales y gobiernos. Un ejemplo de su influencia es el I Symposium Internacional sobre su pensamiento, que se celebró en Madrid en 2010 y al que asistieron más de seiscientos profesionales procedentes de doce países de Europa y América. En la actualidad se están elaborando a ambos lados del Atlántico nuevas investigaciones sobre su pensamiento, que se sumarán a las más de doscientas que componen ya un nutrido pensamiento crítico.

Recibe en la oficina de Mindivalue en Madrid, durante una de esas tardes lluviosas en que la capital de España parece un barco varado en algún muelle que no apareciera en las cartas de navegación, surgido de alguna pesadilla de Maqroll. Afable e ingenioso, tras sus discretas gafas se adivina una mirada despierta y aguda, en la que la comprensión y la exigencia no están reñidas, sino que están íntimamente relacionadas. Su discurso, ágil y poderoso, en todo momento creativo y ameno, siempre va más allá de los lugares comunes que impone el torpón pensamiento de la época. Buen conocedor de la naturaleza humana-y en especial de sus innumerables fragilidades-, ha viajado y estudiado más de lo que suele ser habitual: sus días, de hecho, parecen tener siempre unas cuantas horas más que los del resto de los mortales. Ha visitado más de cincuenta países de cuatro continentes por motivos profesionales y ha fatigado las páginas de miles de libros. Y a diferencia de algunos que no van más allá de la solapa o de la ventanilla, también ha reflexionado pacientemente, siempre con una tenaz voluntad antropológica que se puede resumir en que, a diferencia de lo que sostienen tantos profetas de la nada, nunca hay soluciones perfectas en los asuntos humanos y en que para mejorar el mundo hay que empezar sobre todo por uno mismo.

¿Por qué sigue siendo tan importante la oratoria en un mundo como el nuestro, donde la palabra parece tener cada vez menor peso?

Las ideas mueven el mundo. Y las ideas tienen fondo y forma. Un regalo se puede entregar sucio y desgastado, pero tiene mucho menos valor que si lo donamos limpio y hermosamente envuelto. Ocurre algo parecido con la oratoria, que -no lo olvidemos- es parte indispensable de un proyecto mucho más ambicioso, que es el de crear cultura

A lo largo de la historia, ese proyecto siempre ha contado ineludiblemente con la palabra, para lo bueno y para lo malo.

Ha estado presente en cualquier conceptualización antropológica, que puede ser un proyecto de sociedad, pero que también el de una empresa u otra organización  La oratoria, cuando se lleva al mundo de la conferencia, es mucho más que saber expresarse. La oratoria no es sólo estética.

En las conferencias es indispensable que la forma y el fondo estén íntimamente vinculadas, pues la una sin la otra no tienen sentido…

La Verdad, el Bien, la Belleza y la Unidad son trascendentales del ser. Puede desarrollarse un discurso bello, pero, si no es verdadero, se estaría traicionando los trascendentales aristotélicos, que son los que han forjado el pensamiento más sólido. Para ser considerado un orador notable y no un mero encantador de serpientes es esencial asumir esos trascendentales.

Es lo que le diferencia del charlatán que vende crecepelos a la salida del saloon

Efectivamente. Al igual que en el ámbito del liderazgo diferencio entre líderes y manipuladores, en el de la oratoria distingo entre el orador que aporta verdad de aquel otro que sólo inficiona de mentira o desaliento. Un personaje tan abyecto como Hitler era un gran comunicador, pero no era un orador.

Ese tipo de comunicador –por llamarlo de alguna manera- es característico de tiempos convulsos, como los actuales…

Desafortunadamente, en determinadas épocas, en situación de incertidumbres consolidadas, algunas ideas que se reducen, podríamos decir, a lo sentimental mueven más a la gente, pues proporcionan respuesta a la necesidad humana de contar con una ilusión por la que seguir viviendo. En esas circunstancias pueden aparecer los pirómanos sociales.

Y siempre responden más a la fe que a la razón…

De ahí que jamás se pueda debatir rigurosamente con ellos. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los nacionalistas radicales. Todos los populismos se apoyan en un sentimentalismo de baratija. La buena oratoria toca también el corazón, pero antes toca la mente: sentimiento y razón han de estar imbricados. Lo otro es manipulación.

Sin embargo, parece que, según cuenta la neurociencia, nuestras decisiones son menos racionales de lo que creemos. De hecho, ya suelen estar tomadas mucho antes de que «racionalmente» decidamos tomarlas.

El porqué de las cosas responde a una lógica racional, pero también a la necesidad de ilusión del ser humano. El orador debe alcanzar el corazón, pero siempre a través de la razón. No basta que una conferencia sea una especie de ducha de agua caliente, que reconforte al público y que lo reafirme en lo que ya sabía. Es imprescindible proporcionar ideas, proponer nuevos caminos, sugerir trochas no holladas.

«La verdadera oratoria, cuando se proyecta en una conferencia, implica intentar espigar verdad en el conocimiento para que la persona que sale de una conferencia no sólo lo haga habiendo sonreído, sino con el cerebro en efervescencia»

Ese comunicador que se limita a halagar a su auditorio, por ejemplo a través de eso que se califica autoayuda, es ahora muy habitual.

Cumple una función, en el sentido de que existen determinadas personas que son capaces de lanzar mensajes de más o menos implicación personal que dejan un buen sabor de boca, pero eso es algo limitado y a la postre inútil. La verdadera oratoria, cuando se proyecta en una conferencia, implica intentar espigar verdad en el conocimiento para que la persona que sale de una conferencia no sólo lo haga habiendo sonreído, sino con el cerebro en efervescencia.

¿Entonces cuál es el objetivo de un conferenciante?

La civilización del ruido en la que vivimos tiende a provocar espíritus pequeños, como si estuvieran arrugados. La oratoria, tal y como la concibo, debe llevar a expansionar el alma. Lo diré con palabras tomadas del marxismo, pero con un sentido radicalmente diferente y mucho más riguroso: la conferencia debe conducir a alienarse, pero en el buen sentido. No olvidemos que la etimología del verbo viene del latín “alienare”, que significa “sacar hacia fuera”, “hacerse otro”.

Dicho de otro modo, contemplarse a uno mismo.

En el fondo, mi trabajo es invitar a los asistentes a una conferencia, seminario, o taller a salir de sí mismos, a observarse a sí mismos y a la realidad, para que así sean capaces de desempeñar mejor sus responsabilidades. La conferencia, podría decirse, ha de inducir al pensamiento. Hay gente que lo complica de tal manera que muchas veces se sale de una plática con los pies fríos y la cabeza caliente, como en la anécdota de San Antonio de Padua. Por el contrario, siempre habría que haber obtenido esquirlas de verdad en nuestra mente.

Eso nos lleva a delimitar las diferencias entre conferenciante y orador, que no son estrictamente lo mismo.

Desde mi punto de mi vista, y hay otros diversos, un conferenciante tiene un fuerte contenido y para transmitirlo lo hace aceptable y atractivo, seduciendo con el lenguaje. El orador, en cambio, muchas veces sólo es capaz de sugestión. Sería apropiado distinguir entre pensador, conferenciante y orador. El primero puede tener un contenido poderoso pero no siempre es capaz de transmitir mediante la palabra. El segundo dispone de ese contenido y además sabe cómo transmitirlo. El tercero, por último, dispone de dotes sobresalientes para transmitir el conocimiento, pero puede darse el caso, más habitual de lo que sería deseable, de que no tenga nada substancial que contar.

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Impartiendo una conferencia, en el 50 Congreso Internacional de Recursos Humanos, celebrado en 2015, en México.

¿Cuál es el tema central de tus conferencias?

Mi campo específico es el de la visión estratégica, el de la prudencia en su origen clásico, es decir, “prudentia: “ver lejos o ver por adelantado”. Por ello, y siempre desde un punto de vista antropológico, procuro trasladar esa visión a largo plazo, diferenciando, por ejemplo, entre objetivos y medios.

Tal y como has dicho, el objetivo de tus conferencias es que cada individuo tome conciencia de sí mismo. En lo bueno y en lo malo, entiendo.

Así es. El coaching es un medio más para lograr un objetivo: ser más persona. Me remito a Goethe: “Si aprecias a alguien, no le exijas como lo que es, sino como lo que debe ser”. Y esto es lo que hago, tanto con personas como con organizaciones. Como hay excesivo intrusismo, hay quienes ofrecen una simplona psicología positiva en vez de visión a largo plazo.

¿Cómo consigues que tu pensamiento, en el que la filosofía o la historia tienen un peso tan importante, llegue a todos los públicos?

Como escribió Kant, los problemas de la humanidad son siempre los mismos, pero acaece que se plantean de manera diferente. Me es indiferente reunirme con presidentes de grandes bancos o con ejecutivos de caja de una sucursal. Sus necesidades vitales son las mismas: entenderse y entender el mundo en el que viven. Eso sí, trasladar esa explicación filosófica exige ajustar el nivel. Pero puedes citar a Nietzsche o Spinoza ante alguien que no los conozca, porque los temas de los que hablan interesan también a ese individuo que no los ha leído

¿Se trata de modular el mensaje?

Como escribió Aristóteles, en este mundo todos, salvo los locos, estamos de acuerdo en una cosa, que es ser felices. En esa búsqueda tenemos que ajustar lo personal, lo profesional o lo corporativo, lo que provoca que la percepción de cada individuo sobre la felicidad sea diferente, pero nunca divergente en lo esencial.

Los temas que nos atañen son siempre parecidos. Homero hablaba en el fondo de lo mismo que habla Philip Roth.

Por mi experiencia, esto sucede con independencia de las culturas, como he comprobado impartiendo conferencias en China o Filipinas, en Estados Unidos o Paraguay. Los temas de verdadero fondo interesan a todos.

O sea, que en ocasiones, en tus conferencias, por poner un ejemplo práctico, no cambian tanto las ideas como la presentación.

He hablado en foros para directivos o presidentes de grandes compañías hasta en convenciones para marcas de bebidas alcohólicas que incluían desde el presidente a comerciales de los que van por las discotecas. Cuando se mezclan los colectivos, hay que hacer un esfuerzo para que el mensaje llegue a todos, lo que obliga, como a un músico, a introducir variaciones.

Volvemos a la necesidad de transmitir esos temas de la mejor manera posible.

Distingo tres niveles: datos, información y formación. A veces disponemos de innumerables datos y se siembra con ellos una conferencia. Es poco eficaz, porque suele inducir a la confusión. Cuando se ordenan esos datos, tenemos la información. Bien utilizada nos puede conducir a la formación, que es la capacidad de repensar el mundo y a uno mismo. Ahí es donde incluyo la correcta oratoria en una conferencia: ayudar a otros a pensar.

¿Qué partes hay en una buena conferencia?

La conferencia debería ser una experiencia única, parecida a una buena obra de teatro. Hay tres partes en ella. La entrada es importante, pues tiene que ser razonablemente impactante, para atrapar el interés. En esos minutos conectas afectivamente, y si lo consigues, de inmediato se obtiene la conexión intelectual. La segunda parte más importante es el cierre, donde tienen que acumularse mensajes positivos con un adecuado empleo de los silencios. El tercer gran momento es el resto de la conferencia, que consiste en disfrutar reflexionando y nunca en contar todo lo que sabes, sino lo que esas personas necesitan conocer.

«Hay un alto porcentaje de gente que quiere que le piensen la vida, incluso que le vivan la vida. Parte del éxito de Hitler o Lenin en sus discursos fue que, como ellos mismos afirmaban, se dirigían siempre al más tonto de los presentes»

Para que antes o después piensen por ellos mismos.

Lo que siempre es bueno, porque hay un alto porcentaje de gente que quiere que le piensen la vida, incluso que le vivan la vida. Parte del éxito de Hitler o Lenin en sus discursos fue que, como ellos mismos afirmaban, se dirigían siempre al más tonto de los presentes. Es un modo perverso de entender la oratoria. Frente a eso, me gusta repetir: piensa lo que quieras, pero piensa por ti mismo.

¿La comunicación no verbal es importante en una conferencia?

Tiene, sin duda, peso, pero se ha desarrollado quizá un excesivo mito sobre ella. Es obvio que, al subirse a un escenario, si el conferenciante siente temor, lo transmite. En mi caso, al contrario, disfruto. Para ello procuro dirigirme no a las cien o mil personas que asisten, sino a cada una, sin tratar de agradar a todos, en todo y todo el tiempo. Lo que hay que procurar es no desagradar a todos en todo y todo el tiempo.

¿Hay que asumir que no se puede agradar siempre?

Siempre habrá un cinco, un diez por ciento de personas que no van a estar de acuerdo. Como clamaba Bruce Patton, si todos estamos de acuerdo en una reunión, todos sobramos. Tiene que haber diversidad, que es, además, de donde surge el pensamiento. Asimismo, no todas las ideas tienen por qué ser políticamente correctas y encuadrarse en esa aurea mediocritas que tanto se ha extendido.

A menudo es muy saludable ir en contra de lo que la época piensa, pues demasiadas veces lo hace por nosotros.

No hay que ser innecesariamente provocador, pero cada uno tenemos unas ideas sobre las que hemos reflexionado. Si no son dañinas, sino que favorecen el desarrollo del ser humano, lo lícito es trasladarlas. El pensamiento aristotélico ha realizado aportaciones que, oportunamente actualizadas, son convenientes para el mundo actual, pero que puede que hoy no sean políticamente correctas.

En tus conferencias suele ser muy importante el sentido del humor, que hace que todo fluya.

Parto de un principio, que es el de que casi todo el mundo, a lo largo del día, sufre un poco. El humor es positivo, también desde el punto de vista de la neurociencia: las personas que sonríen oxigenan más el cerebro. La excesiva seriedad nubla el ánimo. El humor, en cambio, permite contemplar la realidad de forma más distanciada. Pero no hay que pasarse. Hay chanzas que, para algunos, pueden resultar ofensivas, sobre religión, sexo o política. No hay por qué ofender a nadie. Basta con tener sentido común.

¿Trabajas la puesta en escena?

El contacto con el público tiene que ser directo. Por eso prefiero el micro de solapa o la posibilidad de pasear por el entorno. Nunca adopto una posición de enseñante lejano, por encima de los demás. El orador debe empatizar con el público, jamás pensar que es superior. Dicho de otro modo, la humildad es ineluctable. Esto es algo relevante, porque el aplauso puede hacer perder la referencia a algunos de lo que en realidad somos.

«Al final de cada conferencia, suele acercarse la gente que te alaba, pero quien me aporta de verdad es quien discrepa. Eso no todo el mundo lo admite, pues exige cierta juventud intelectual»

Para eso viene bien escuchar a los que discrepan de uno.

Es más que recomendable. Al final de cada conferencia, suele acercarse la gente que te alaba, pero quien me aporta de verdad es quien discrepa. Eso no todo el mundo lo admite, pues exige cierta juventud intelectual. Pero no significa que haya que modificar nuestro pensamiento según cada opinión que escuchemos.

Más bien, diría, puede ayudar a pulirlo, a reforzarlo…

Me gusta escuchar a alguien que, aunque no esté de acuerdo con sus propuestas, tenga ideas bien engarzadas y que se note que están bien elaboradas. No son teclas, digamos, que otros han tocado antes y que suelen reducirse a cuatro ideas genéricas en las que aparentemente estamos de acuerdo. Cuando no hay un pensamiento estructurado, no hay oratoria.

¿Cuál ha sido tu formación para aprender a dar conferencias?

He tenido una escuela, la del estudio, leyendo o viendo grabaciones de de grandes conferenciantes, tanto españoles como extranjeros.

¿En algún momento se deja de aprender?

¡Nunca! Tanto es así que tengo una costumbre: cuando voy a un congreso, en los que suelen pedirme la conferencia de apertura o de clausura, me quedo para escuchar a los demás ponentes. De esta forma, vas ahondando. A la vez, cuando leo, soy un obseso de tomar notas que integro en mis conferencias.

¿El conferenciante nace o se hace?

En esto sucede como en casi todo: en parte se nace y en parte se hace. Rafael Nadal contaba con grandes aptitudes deportivas, pero, si no hubiera entrenado, no hubiera sido lo que llegó a ser. Es obvio que, si coges a alguien que no tiene potencialidades, no llegará a ser número uno, pero a lo mejor será el número 150 de la ATP. Lo ideal es encontrar a quien acumula las capacidades y ayudarle a desarrollarlas.

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Durante su intervención en el 50 Congreso de Recursos Humanos, en 2015 y en México.

¿En España se ha despreciado la oratoria en los planes de estudios?

Indudablemente. En los años en que viví en Italia, cuando oía expresarse a un colegial, me quedaba embobado. Ese desdén por la oratoria en España es lo que provoca que demagogos y populistas con un poquito de labia parezcan proponer ideas geniales, cuando lo que están exponiendo son simplezas.

Me temo que a eso contribuye que en el mundo de la política no haya grandes oradores.

Los políticos necesitarían realizar un esfuerzo importante de preparación oratoria. Eso reclama cientos de horas. Si una persona sólo lee la prensa deportiva y además tiene que estar tomando decisiones a cada minuto, es complicado. Mis mejores conferencias son aquellas en las que puedo aprovechar lo que he estudiado recientemente, algo que me haya reclamado docenas de horas de profundización.

Ocurre algo parecido con los grandes directivos.

Por lo general están enfrascados en la gestión. Se pasan el día decidiendo, así que, con frecuencia, otros les escriben las intervenciones. Una persona jamás puede dedicarse a todo. Nadie puede ser director general de una empresa, formador y conferenciante. A veces se escuchan unas boberías en gente de renombre que asustan.

¿Hay diferencias entre el mundo latino y el anglosajón a la hora de comunicar?

En el ámbito anglosajón se enseña de una manera más cercana, más certera. Por ejemplo, los libros sobre management son fáciles de leer, muy claros, aunque contengan conceptos complejos. Quizá ese modelo muestre un exceso de pragmatismo y desdén por los fundamentos antropológicos, que sí se tienen más en cuenta en el modelo latino, donde, en cambio, se echa de menos cierto sentido práctico.

La virtud en el término medio, una vez más.

Así es. Aristóteles no falla. Hay que generar una combinación de ambos modelos, que son complementarios. La combinación de lo mejor de los dos mundos generaría un conocimiento revelador. En términos generales, el anglosajón sabe mucho sólo de lo suyo, mientras que el latino puede manejarse razonablemente en distintos ámbitos. No hay que idealizar ninguna opción, sino espigar lo mejor de cada una.

¿Eso también ocurre en la oratoria?

El orador anglosajón es más un actor que un orador. Dave Ulrich o Anne Colby suelen lanzar al auditorio ideas memorizadas, que parecen más clichés que verdaderas reflexiones. De hecho, hay algunos conferenciantes anglosajones que se niegan a ser preguntados. El orador latino, por su parte, trata de argumentar, porque quizá, al menos en algunos casos, ha elaborado más su pensamiento.

¿Cómo es el mundo del conferenciante en España?

Muy reciente. Arranca hace quince años, cuando aparecieron algunos reguladores que trataron de poner orden. Y así es como empezaron las agencias de conferencias. Contribuí y asesoré a una de las primeras. Ocurre, sin embargo, que una cosa es el coche y otra el concesionario. Algunos creen que el segundo es más importante. Se trata de un error.

¿Cuál debe ser la labor de la agencia?

Sobre todo la de conocer las necesidades de quienes están buscando un conferenciante. Por ejemplo, puedes tener un mensaje interesante, pero lo que en realidad quiere una organización para su conferencia es un payaso, dicho en el mejor de los sentidos. El agente, pues, debe ajustar tus capacidades con las necesidades del público. No se puede vender un Jaguar para subir cordilleras.

¿En América se valora más al conferenciante?

Sí, porque tienen más tradición, al haber vivido bajo el paraguas norteamericano. Eso obligaba casi siempre a contar con conferenciantes anglosajones, pero desde hace más de una década los ponentes españoles estamos tan valorados como los anglosajones, o incluso más. El idioma común facilita el entendimiento.

¿Existe una burbuja de conferenciantes?

Todos los mercados tienen su momento de burbuja. Debajo de ella, cuando se pincha, quedan los esenciales. Iniciativas como la de la revista Ejecutivos, con su serie de conferenciantes indispensables, contribuyen a desbrozar el trigo de la paja.

¿La crisis ha aumentado el número de conferenciantes?

Claro, porque hay gente que cree que se puede dedicar a hablar, que es algo fácil… Yo me veo incapaz de atender una sucursal bancaria, pues es algo que, como casi todo, lleva años de aprendizaje y rodaje. Es ilustrativo que en estos años prácticamente ninguno de los que se han propuesto como oradores permanezcan. Cuando empecé había quince y ahora hay los mismos, con las debidas y lógicas bajas e incorporaciones. El mercado no es tonto y discrimina.

¿Qué consejos darías a quiénes quieren ser conferenciantes?

El primero, que doy a todo el mundo y sobre todo a mí mismo, es profundizar en el tema sobre el que se va a conferenciar, calar en él para dominarlo a la perfección, al menos en la medida de lo posible. Por ejemplo, ahora mismo estoy emprendiendo una investigación sobre los jesuitas. Había leído sobre el tema bastante sobre el tema, como las biografías de San Ignacio que escribieran Pedro de Ribadeneira o Ricardo García Villoslada, entre otras muchas. Pues bien, durante los últimos meses, estoy profundizando en la historia de la Compañía de Jesús y me estoy dando cuenta de que tengo muchísimo por aprender. Me quedan numerosísimas horas de estudio por delante. Si no fuera así, estaría siendo un impostor.Y un segundo consejo: hay que pasarse la vida aprendiendo de los demás, aunque a veces luego haya que desaprender. Es aconsejable, por ejemplo, escuchar discursos de Kennedy o de Luther King. Y por supuesto hay que leer incansablemente a los clásicos, como Catón o Cicerón.

¿Cómo puede un conferenciante -según tu propia experiencia- dar respuesta a los retos de un mundo VUCA?

En un entorno de incertidumbre como el actual, que algunos denominan con el acrónimo VUCA, el maestro, lo que antes se llamaba el brujo de la tribu, es más necesario que nunca. Su función ha de ser desbrozar lo accidental y lo esencial y proponer respuestas donde muchas veces sólo hay dudas e interrogantes. Y ofrecer soluciones oportunas reclama, una vez más, atender a la forma y también al contenido. Hablar bien sin aportar nada sólido, sería tan pernicioso como proponer tesis consistentes en una envoltura deslucida.

 

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